El pasado sábado 24 de septiembre se celebró Autopía, evento organizado por Ifyoulikecars y que, como su propio nombre dejaba entrever, quería convertirse en una utopía automovilística; en una de esas fechas que los petrolheads marcamos en el calendario por su especial relevancia.
Emplazado en el Bosque del Santander en Boadilla del Monte, cerca de la gran urbe y, a la vez, lejos de su ruido, todo parecía prestarse para hacer de Autopía lo que necesitamos en España. Y así, con la promesa de una jornada para los amantes de la (buena) cultura automovilística, no podíamos perdérnoslo -ni dejar de de contároslo-.
Desde Sexta Marcha siempre nos jactamos de ver y sentir las cosas; de preferir la experiencia personal sobre cualquier nota de prensa o comentario de terceros, con la firme creencia de que, solo de esta manera, uno es capaz de legitimar sus palabras. Habiendo leído y oído tantas cosas una vez terminado el evento, necesitaba plasmar mi particular opinión al respecto. Porque nuestra ética de trabajo así nos lo dicta, por vosotros y por la cultura del automóvil de este país.
En lo automovilístico: calidad, nivel y rareza. Divididos en zonas a lo largo del bosque, una variedad enorme de clásicos y deportivos entre los árboles. Una suerte de carrusel solo interrumpido por la orografía del terreno y por la presencia de varias marcas con sus últimos lanzamientos (Alpine, Bentley, Alfa Romeo…).
Si ya es díficil juntar coches del calibre de un Porsche 959, un Maserati 3500 GT o un Pegaso Z-102, lo es más aún hacerlo de manera popular y no privada. Acercar máquinas de ensueño al gran público -y sobre todo a los más pequeños-, es fundamental para la salud de esta afición. Aquí Autopía ha cumplido con creces.
Pero, al igual que recalcamos esto último, es igualmente importante cuidar al aficionado. Esto resulta tan vital para alimentar nuestra cultura como los coches que la conforman, animándole a repetir la experiencia una y otra vez. Si su primera vez no es todo lo perfecta que debiera, quizás lo perdamos.
En esta ocasión y por diversas vicisitudes, Autopía casi muere de éxito y se deja por el camino unos cuantos centenares de potenciales adeptos a nuestra “religión”. Después de 9 horas en el evento y de recorrer la totalidad del bosque durante el día entero, me marché a casa con una agridulce sensación; con la del petrolhead empedernido que sabe el trabajo que hay detrás pero no puede negar el que queda por delante.
Y no fue el caos del mediodía representado en las interminables colas para la comida o la temporal falta de bebidas lo que sembró en mi esa sensación; fue más bien la falta de respuestas y de comunicación ante una multitud exigente, sedienta y con hambre.
Resultado de la juventud de Autopía, o de problemas ajenos a ella -de los que acontecen tras el telón-, la escena automovilística de este país necesita y reclama que un concepto así no decaiga. Porque hoy más que nunca, hace falta gente que respire motor y se implique con su cultura.
Mientras, seguiremos esperando el siguiente evento, sabedores de que el horizonte puede ser tan brillante como lo trabajemos. Cruzo los dedos para que así sea.
