Aprovechando la presentación global del Nissan Z, queremos rendir un pequeño homenaje a la saga Z de Nissan. Una familia de coches icónica, que ha enamorado a propios y extraños desde la presentación del primer Nissan con apellido Z hasta el día de hoy, con el más moderno de los hermanos.
La presencia de la Z en lo deportivo
La ‘Z’ pasa por ser la última letra del abecedario, relacionada irremediablemente con el mundo japonés, desde siempre, y con el mundo del motor de corte deportivo, casi desde siempre. Valga para ello un rápido brainstorming, y nos daremos cuenta de que las ‘zetas’ han estado en modelos roadster, deportivos, biplazas y máquinas en general, en las últimas décadas, y hagamos un breve repaso de cuántos tienen que ver, cuántos están relacionados con el mundo nipón. El primero quizás que se nos viene a la cabeza es el BMW Z, con sus diferentes, aclamadas y afamadas variantes, en mayor o menor medida, y no nos referimos a otros que los Z3, Z4 y Z8. Aunque por orden cronológico, y barriendo un poco para casa, debería ser el Pegaso Z-102 el primero que debíamos haber citado variantes, ese magnífico coupé dos puertas que hizo y sigue haciendo las delicias de amantes del motor de todas las épocas. Volvamos la vista a Oriente. En cuatro ruedas, destacamos el Subaru BRZ, un clásico retrotraído a nuestros días.
En dos ruedas, las incombustibles Kawasaki Z, en sus distintas modalidades, motorizaciones y versiones, desde la más modesta Z400 o más modesta aún Z125, a la brutal Z1000, pasando por Z750, Z800 o Z900. Y sí, llegó el momento de dejar de darle vueltas y masticar la letra ‘Z’, llegó el momento de dar la entrada triunfal a Nissan, como máxima representante de esta última letra del abecedario, que para muchos petrolheads será la primera, por muchas razones.
Las razones son tantas como generaciones ha habido de las sagas Z del fabricante de Yokohama, probablemente más. Concretamente son seis las generaciones que han puesto el pie en la calle, pero nos falta una séptima, aún por venir, pero que se siente cercana. La historia de los Nissan Z es extensa, no exenta de cierto aspecto convulso y controvertido, pero apasionante. De hecho, la andadura de Nissan con este carismático deportivo se inicia en el primero de los años de la década de los 60, cuando la cúpula directiva de una incipiente Nissan quiso probar suerte fuera de Japón, pues así lo aconsejaba la marcha de la empresa en los últimos años, y creó un prototipo de deportivo, fruto de una asociación con Yamaha, denominado Yamaha YX30.
No sería justo colocar a este prototipo como antecesor directo de la saga Z, pero sí como germen, ¿Por qué? Nissan no confió en el motor que proponía Yamaha, y ésta pasó a ofrecerle el proyecto a Toyota, desvinculándose totalmente de Nissan a partir de entonces. Se decidió impulsar un modelo enteramente Nissan, en parte gracias a la influencia de la división norteamericana de la firma, quien veía necesario un coche coupé para competir con la oferta europea. No buscaba este modelo emular o imitar a los deportivos italianos y británicos, que dominaban este sector con mano de hierro, lo que sí buscaba era competir con ellos, y sus argumentos eran mayor durabilidad, menor precio y, como mínimo, iguales prestaciones.
Soy muy de Z, no lo escondo, y es algo subjetivo, pero es un hecho objetivo que es una serie, una saga, que si bien ya es histórica, está empezando a tornarse mítica, y son ya cinco las décadas que cuenta, con dispares resultados pero todas manteniendo una línea constante, insertado en el segmento de deportivo asequible, atractivo y con un magnífico rendimiento. Ahora ya sí, con esta introducción, arrancamos, pisamos el acelerador levemente y nos adentramos en la historia de este automóvil.
Nissan 240Z (1969-1978)
Este coche nació, surgió y desarrolló en su primera etapa como una especie de Frankestein de la marca, hecho con piezas, carrocería, suspensiones, direcciones y demás elementos, tomándolos prestados de otros coches de la marca. La sencilla denominación interna de S30 se traduce en diversos nombres, según mercados, como Datsun 240Z en el mercado estadounidense o Fairlady Z, bastante más cercano para la mayoría de lectores; pero lo que no cambia es su transgresor diseño y su impecable motorización. Se puso en las calles norteamericanas con un 2.4 con seis cilindros, que desarrollaba 153 CV, con dos posibilidades de cambio: una caja de cuatro o cinco relaciones manual, o una de tres relaciones automática, ante las habituales demandas americanas de cambios automáticos; y en el mercado nipón con un más comedido 2.0 litros de seis cilindros y 130 CV.
Su diseño, en general, era el de un biplaza con sabor biplaza, esto es, en exteriores con capó alargado, interior amaderado en su mayoría, incluido el enorme volante muy parco, como buen deportivo japonés. Llamaban la atención esas ópticas redondas, y una elegante parrilla central, que discurría horizontalmente, casi de lado a lado, de faro a faro, por encima de un discreto y ajeno a la carrocería parachoques metálico con inserciones de plástico. Apenas presenta nervios en su superficie, es un coche pulido, limpio, elegante, sin excesivo músculo. Tenía tintes italianos y británicos, como decimos, porque era la referencia de la época, pero con un outfit muy logrado y auténtico.
Hay que hacer mención a una de sus ediciones especiales, el Z432, de 420 unidades, cuya denominación no deja de ser curiosa, pues responde a las cuatro válvulas, los tres carburadores y los dos árboles de levas, y se le montó el mítico S20, proveniente del GT-R, en lugar del S30.
Este coche bien merecía, sobre todo para el exigente mercado estadounidense y para el recién conquistado mercado europeo, alguna unidad más potente, y por ello se lanzó en 1974 el 260Z, que se convirtió en un 2+2 para Europa. Se elevó su motor hasta un 2.6 litros, lineal con seis cilindros, con cambio manual de cuatro velocidades o de cinco y un automático de tres velocidades, un par motor aún superior que lo llevaría hasta los 213 Nm, y 162 CV de potencia. En el plano estético, se apostó, como era costumbre extendida en la época, por una línea discreta, al menos si lo comparamos con los estándares actuales, y en dinámica era un coche que transmitía deportividad, era capaz de devorar kilómetros fáciles de autopista con un elevado confort de marcha, y todo ello sin perder un toque distintivo y espectacular.
La opinión que puede verterse sobre este coche a nivel personal es que las líneas no fluyen, pues los paragolpes externos y alerones añadidos en otro color, los intermitentes fuera de la óptica, y la trasera recortada no contribuyen a crear una sensación de armonía o de dinamismo visual, sin embargo, se ajusta a los estándares de la época, con matices distintivos que lo hacen ciertamente especial.
Nissan 280Z/280ZX (1978-1984)
Este nuevo Nissan no deja de ser una pequeña evolución del 240, con apenas apreciables diferencias estéticas. La denominación 280, igual que sus predecesores responde a su motor de 2.8 litros, con seis cilindros en línea también, y que presentaba dos versiones, una de 170 CV, y otra más potente, denominada 280Z Turbo, con 180 CV, con las mismas posibilidades de cambio que el 260 y el 240. Los targa siempre han sido apreciados, admirados, codiciados, y este 280 podría ser coupé tradicional, o 2+2, y tenía la posibilidad de convertirse en targa, con techo parcialmente desmontable. A nivel mecánico incorporaba novedades como la inyección electrónica multipunto, suspensión independiente o frenos delanteros ventilados.
A nivel de diseño, de serie era un coche realmente callado, de los que se colocan al final de la clase y no dan demasiado ruido, destacando como elemento más estiloso la caída tipo fastback, rematada con una trasera más cuadrada, y ese pequeño alerón, para darle algo más de dinamismo e intentar provocar una mejor expulsión del aire por la parte trasera. Salidas de escape muy disimuladas, algo que no deja de resultar curioso en plenos años 70, combinado con una salida de aire trasera en forma de rejilla agujereada, casi inapreciable. De las dos versiones, la 280Z y la 280ZX, además de una sensible diferencia de tamaño, y de presentar una trasera totalmente distinta, también variaba la situación y disposición de los espejos retrovisores, en el capó de los 280Z y en el marco del pilar a en el caso del 280ZX.
Es cierto que el 280Z sólo se comercializó en Norteamérica, y lo hizo desde 1975, por las necesidades de adaptación a las férreas regulaciones, y que en el resto de mercados se siguió con el 260Z, hasta que apareció en este año 1978 el 280ZX.
Lo cierto y verdad es que el 280Z no consiguió un hueco en los corazones de los aficionados, pese a todos los adelantos que presentaba, porque su diseño era esencialmente igual a la generación anterior. Sin embargo, en la sociedad de los 80, donde un elemento de entretenimiento como la televisión jugaba un papel tan destacado en la vida familiar, la aparición en 1980 de un Nissan 280Z Super Z en la serie nipona “Seibu Keiatsu” hizo que esto cambiase, y fue en parte gracias a la personalidad que ganó el coche con las alas de gaviota en el exterior, y los paneles digitales en el interior.
Personalmente, me parece quizás el coche menos estético y logrado de la saga, pues la apuesta por una línea tan continuista, respecto de un modelo anterior que ya se encontraba agotado, y con una dura competencia, como el Chevrolet Camaro Z-28, el Porsche 924 o el BMW M1, que le hicieron perder mucho del terreno ganado con versiones anteriores. Tanto el 280Z como el 280ZX eran modelos que no supusieron innovación estética, y en lo mecánico no mejoraban lo suficiente a sus antecesores ni a sus competidores como para dotarlo de un atractivo especial. No obstante, el 280Z, sobre todo, sigue teniendo tintes de anteriores modelos, como el pequeño fragmento de cristal para las eventuales plazas traseras, al tiempo que adelante algo de lo que serían modelos posteriores, con un tímido regusto a GT.