Os traemos la introducción a una triste historia, de fracaso, de varios coches al mismo tiempo, de tres coches, de tres coupés, que son un caso digno de estudio. Son tres coches que podrían haber resultado un éxito, haber resultado icónicos, pero que no llegaron a ello, sin que los propios fabricantes pudiesen explicárselo del todo. Trataremos de analizar el Chrysler TC, el Cadillac Allante y el Ford Merkur, desde una perspectiva crítica para entender por qué no llegaron a despertar el interés del mercado de la automoción.
Corrían los años 80, y en época de bonanza económica, tras la recuperación de la desastrosa década de los 70, los vehículos de corte deportivo con ascendencia europea triunfaban en el mercado estadounidense. Las marcas norteamericanas precisaban, no obstante para tener éxito en los segmentos de medio-lujo y lujo, de un vínculo, de un apellido europeo, de algo del Viejo Continente que aupara su prestigio y su posicionamiento respecto al gran público.
Esa era la reflexión de General Motors, Ford y Chrysler, los tres grandes de Detroit. Pensaban que con esa fórmula, colocar un coche aspiracional en el mercado les generaría enormes réditos y podrían, al fin, situarse mejor frente a la competencia europea. Tres ejemplos de tres modelos de estas tres marcas ilustran el tremendo batacazo que supuso esta estrategia. Veamos uno por uno, en una serie de tres entregas, comenzando por el Merkur, siguiendo con el Cadillac Allante y cerrando con el Chrysler TC by Maserati.
Ford Merkur XR4Ti, el Ford Sierra americano
Por parte de Ford, el Ford Merkur XR4Ti, a imagen y semejanza del Sierra europeo, con el dato de ser fabricado por Ford Alemania para darle el revestimiento europeizado. Estuvo en venta durante los años 1985 a 1989, alcanzando las 42.400 unidades de producción, lo cual es una cifra a tener muy en cuenta, sobre todo cuando veamos las pírricas estadísticas del TC, y las algo más aseadas pero también discretas del Allante.
El Ford Merkur fue llevado al mercado estadounidensetras el éxito del Sierra en Europa, y por exigencias medioambientales precisó de una adaptación para poder ser comercializado en Estados Unidos y Canadá. El problema de este modelo no fue tanto su producción en términos absolutos, sino en su comparación con su espejo europeo, pues el Sierra llego a superar el millón de unidades vendidas, aunque es cierto que a nivel global, tanto en Europa (Bélgica, Alemania, Reino Unido o Irlanda, entre otros) como en Sudamérica (Argentina y Venezuela) sobre todo, y también en destinos de otros continentes (como Sudáfrica o Nueva Zelanda). Además de en un rango de producción más amplio, que abarca de 1982 a 1993.
Ciñéndonos al Merkur XR4Ti, tuvo dos buenos primeros años de ventas, donde superó las 20.000 unidades, pero a partir del tercero, el modelo cayó en desgracia y sus cifras bajaron ostensiblemente, sin posibilidad de recuperación. Montaba un único motor, que a diferencia del Sierra que llevaba un V6 de 2.8 litros, la versión americana montaba un 2.3 litros que producía 177CV en versión manual de cinco velocidades, y unos 145 CV en la versión automática de tres velocidades.
A nivel de prestaciones, no era un coche espectacular, pero tenía cierta buena prensa al equipar un motor de sobrado prestigio, que se montó para otros modelos de la marca, de hecho, como el Pinto, el Thunderbird y el Mustang en su versión más liviana.
En cuanto a la estética, poco diferenciaba al Merkur del Sierra, más allá de ciertas ediciones sobre la base de este, y que afectaban sobre todo a un capó más voluminoso, un paragolpes delantero con luces incrustadas en el mismo más pequeñas y en tonos amarillos y no naranjas como en el Sierra, y poco más que añadir. En el interior se mantenía el equipamiento y formas del Sierra.
Sencillamente, eran el mismo coche, con otro nombre y otro motor. El por qué funcionó a las mil maravillas en casi todos los mercados y no en el norteamericano es algo que escapa a los dirigentes de Ford, pero las cifras no engañan: No fue objeto de deseo por parte de los americanos. Quizás podamos encontrar la explicación en una estética puramente europeísta, lejos de las formas más cuadradas y las proporciones más generosas de los coupé y los cabrios que gustaban a los estadounidenses de la época.
El hecho de que tampoco contase con elementos distintivos respecto del europeo disuadió a más de uno, y en la misma línea pero desde la orilla contraria, el hecho de ser un coche con una apariencia 100% europea también haría que alguno no se decidiese por la compra.